No sólo se observará si los
servicios (agua, luz,
cloacas, gas) son
suficientes para abastecer a
los nuevos edificios que
vendrán, sino que se deberá
tener en cuenta la calidad
de vida de todos los
habitantes, tanto del barrio
y de la ciudad.
Según lo argumentado por el
jefe de gobierno, la
flexibilización en los
códigos de construcción (o
las excepciones a los
mismos) nacieron en una
época en que la construcción
estaba parada debido a la
crisis, por lo que se buscó
propiciar su crecimiento.
Pero, ante las explosión
actual de tal industria, ha
llegado el momento de
encarrilarla para que no se
desvirtúe la fisonomía de la
ciudad y la calidad de vida
de todos sus habitantes. La
discusión con los vecinos a
través de sus organizaciones
permitirá legitimar las
modificaciones que se
realicen al código de
edificación de cada barrio.
El Plan Urbano Ambiental
debe tender a que todos los
habitantes de la ciudad
tengan acceso a disponer de
aire, agua y alimentos,
química y
bacteriológicamente seguros,
a circular y habitar en
áreas libres de residuos, de
contaminación visual y
sonora, y ambientalmente
sanas, y al uso y goce de
espacios verdes y abiertos,
preservando el patrimonio
cultural, arquitectónico y
ambiental.
La Constitución de la Ciudad
de Buenos Aires establece
pautas claras al respecto.
En su artículo 29 dice que
la Ciudad debe definir un
Plan Urbano Ambiental
elaborado con la
participación
transdisciplinaria de las
entidades académicas,
profesionales y
comunitarias. Mientras que
en el artículo 30 se
establece la obligatoriedad
de la evaluación previa del
impacto ambiental de todo
emprendimiento público o
privado susceptible de
relevante efecto y su
discusión en audiencia
pública.
El Plan Urbano Ambiental
debe propiciar un
“desarrollo sostenible” de
la ciudad, entendiendo como
tal a "aquel que integra la
transformación urbanística,
el crecimiento económico, la
equidad social, la
preservación de la
diversidad cultural y el uso
racional de los recursos
ambientales, con el objetivo
de mejorar las condiciones
de vida de la población y
minimizar la degradación o
destrucción de su propia
base ecológica de producción
y habitabilidad, sin poner
en riesgo la satisfacción de
las futuras generaciones”.
Es decir, deberá contribuir
a la constitución de un
proyecto de ciudad
compartido y sustentable en
el largo plazo.
Tener un marco normativo
claro le permitirá tanto al
vecino común como al
empresario o al político
saber que es lo que se puede
y lo que no se puede hacer
en la ciudad. Le permitirá
al ciudadano reclamar, con
fundamento legal, cuando se
intenten montar negocios que
sirvan a unos pocos
perjudicando a muchos.
Recordemos, por ejemplo, que
apenas un año atrás los
porteños se sintieron
conmovidos cuando se intentó
negociar los terrenos del
ferrocarril que van desde
Retiro hasta ATC para montar
un negocio inmobiliario que
generaría una ganancia
estimada en unos 500
millones de U$S.
Esperamos el debate, el
consenso, la norma y por
supuesto, la abolición de
las excepciones que tanto
daño le hicieron a la
geografía urbana, al espacio
público y al bien común de
los porteños.
Carlos Davis