Quizá sea esta
sensación de juventud la que jugó en contra durante décadas,
impidiendo que los porteños tomaran conciencia de que había
rastros del pasado que merecían ser salvaguardados porque,
lentamente, iban formando parte de nuestro acervo cultural -
patrimonial, de aquellas cosas pequeñas que sumadas van
configurando la identidad de un pueblo o de un lugar.
En esta cuestión de
preservar el pasado, de
buscarlo, investigarlo,
mostrarlo y socializarlo
para que pueda ser apropiado
por el hombre común de la
calle, existen referentes
indiscutidos como el
Arquitecto Daniel Schavelzon
y el Lic. Marcelo Weissel,
ambos especialistas en
Arqueología Urbana, y otros
jóvenes profesionales, tales
como
el Licenciado Ulises A.
Camino, que abrazaron el
camino de la preservación de
las huellas del pasado con
fervor y dedicación.
La experiencia de la Plaza
Flores
Como en muchos importantes
descubrimientos, la fortuna
jugó un importante rol
inicial: hace algunos años
atrás el Gobierno de la
Ciudad de Buenos Aires había
iniciado una serie de obras
en el predio perteneciente a
la Plaza Flores con el fin
de restaurarla.
En la esquina de Yerbal y
Artigas, los obreros
empezaron a remover la
tierra y a pocos centímetros
de la superficie dieron con
algunos objetos "no
contemporáneos", entre ellos
una herradura. Enterado del
hallazgo, el responsable de
la obra dio parte a los
funcionarios porteños
correspondientes, quienes
llamaron
a Cecilia Mércuri, Gabriel
López y a Ulises Camino.
Éstos, a su vez, convocaron
a Federico Restifo, un
estudiante de Arqueología.
Recopilando datos y
revolviendo papeles en
archivos, encontraron un
plano de Obras Sanitarias
del año 1936, donde figuraba
un pozo de agua de lluvia de
90 cm de ancho, que en los
años ‘40 fue tapado.
Ubicaron al pozo de agua muy
cerca de lo que fue la
casita del guardián de la
plaza. Allí, ellos mismos
cavaron hasta tres metros y
medio de profundidad.
Durante septiembre y
octubre, estuvieron
recopilando material, entre
los que podemos mencionar:
Lozas
europeas de los siglos XVIII
y XIX.
Botella de
cerveza de entre 1860 y
1870, donde están la
iniciales EB (ellos deducen
que significa Emilio
Bieckert).
Botella de
ginebra de Amsterdam,
Holanda.
Botella
sana de Salud Pública, con
forma de recipiente, que
podría ser un portavelas.
Elástico
de carro.
Pipas de
caolín, que se usaron hasta
1905.
En total, clasificaron cerca
de 7.000 piezas que
permitirán enriquecer el
conocimiento que los
porteños del siglo XXI
tenemos de los que habitaron
estas tierras en un pasado
no tan remoto. El saber, el
conocer de donde venimos,
nos proporciona un piso
identitario que fortalece el
sentimiento de pertenencia
experimentado hacia la
tierra que nos vio nacer,
que nos dio cobijo, sobre la
cual posaron alguna vez sus
sueños los hombres que nos
antecedieron...
Carlos Davis
Fuente:
Flyer de la charla - Sitio web "Barrio de Flores" - Notas de
archivo propio -