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EDUCACIÓN Y COSTUMBRES

Violencia ciudadana: estatuas mutiladas y
plazas cercadas

02/05/2006 - Pareciera que la sociedad ideal sería aquella en la cual las leyes no estuviesen afuera, en la letra escrita sobre el papel, sino dentro de las personas; en el entendimiento profundo que surge de considerar al otro como mi semejante, al espacio común como propio, al cuidado del ambiente y del entorno como al cuidado del propio cuerpo. En tal escenario no habría, sino formalmente, necesidad de expresar penas o castigos, ya que el respeto por el resto del cosmos sería nuestra lógica directiva. Ese mundo feliz no es el que nos ha tocado, y a pesar de que levantamos más rejas en plazas y monumentos la violencia parece multiplicarse y expandirse.

Según un informe aparecido en el diario Clarín, de las aproximadamente 2000 estatuas y monumentos que existen en la ciudad de Buenos Aires, cerca de la mitad ha sufrido algún tipo de ataque o maltrato. Brazos rotos, placas robadas o grafitis hechos con aerosol se convierten entonces en cosa de todos los días.

El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires tiene un especie de "hospital de monumentos" que se encuentra pegado a uno de los lagos de Palermo. Su finalidad primitiva era la de restaurar los daños naturales que el medio ambiente le causaba a las esculturas. Hoy prácticamente no da abasto pues la tarea se ha multiplicado exponencialmente. No es que los elementos hayan potenciado su accionar, sino que algunos ciudadanos no se contentan con mirar y disfrutar sino que su forma de expresarse pasa por el ataque, el robo y la mutilación.

En un principio se ensayó la explicación simple de que había necesidades insatisfechas que podrían ser solventadas con el bronce proveniente de las placas o de las esculturas destrozadas. ¿Pero que hay de aquellas que no están hechas de este material valioso?, ¿cómo explicar las pintadas y maltratos gratuitos?.

Pareciera que nuestra civilización involuciona en vez de mejorar, y de tal forma pensamos que lo más apropiado para evitar los ataques de los depredadores es rodear a las obras con una reja, o mejor aún rodear al parque o plaza con una reja. Con esta misma lógica justificamos el enrejado que separa a las personas en una cancha, o los hierros que ponemos en nuestra casa para estar seguros.

Obviamente que no podemos caer en la idea romántica de la inmovilidad inoperante, en no hacer nada por miedo a caer en la limitación de las libertades individuales. Mas bien, deberíamos obrar de manera coyuntural para afrontar la emergencia, pero poniendo en claro que la única salida a esta espiral descendente es la que proviene de la educación, de la justicia, de la solidaridad, de la consideración que el otro merece por el simple hecho de existir.

Educación y acción, justicia y derechos. Quizá la mejor forma de hacer sentir la membresía de un individuo a este conjunto sociocultural que conformamos sea, aunque parezca una verdad de perogrullo, manifestando con los hechos su inclusión social, su pertenencia.

Dicen que nadie tira un papel del alfajor en el piso de su casa, pero sin embargo si lo hace en la calle. ¿Hasta que punto somos concientes de que el espacio público nos pertenece a todos?. Pareciera, por el contrario, que la lógica es la inversa: aquello que es de todos no le pertenece a nadie.

Si no volvemos a apostar a la educación el espacio público será tan sólo un espacio enrejado, vacío, carente de significado, por el que pronto, hasta nosotros mismos, tendremos prohibido cruzar.

Carlos Davis


Reflexiones al margen

Pareciera que la Plaza Vélez Sarsfield es el monumento al espacio público que dejó de serlo, a la reja que no proteje sino que inhibe del uso.

Nuestra más importante plaza está cerrada desde hace varios meses. ¿Sufriremos el oprobio de conmemorar un año íntegro sin este espacio verde?.

En esta cárcel inversa las rejas impiden el ingreso de los vecinos, los cuales, tristes e impotentes esperan que la memoria de los funcionarios recuerde que el espacio público es nuestro y no de ellos.


 

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29 de Agosto
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FLORESTA
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